La dieta del sentido común
Vivimos en una sociedad en la que si una cosa no tiene un nombre o una marca determinada no interesa o no es valorada.
A la hora de elegir unas zapatillas de deporte deben ser unas Nike; el jersey, estar firmado por Ralph Lauren; el restaurante debe llevar el sello de Ferràn Adrià; los yogures sólo pueden ser Danone; y la colonia, de la fragancia Dior.
Cuando una persona tiene que ponerse a dieta ocurre tres cuartos de lo mismo.Sólo si la dieta tiene un nombre determinado atrae la atención y se le concede crédito. Cuando los nutricionistas abogamos por una dieta sin nombre y sin pautas extravagantes (como por ejemplo hacer comer un Sugus a media mañana) no convence. Existe siempre una preferencia por las dietas estrambóticas, con nombre propio, leída en una revista o aconsejada por un conocido.
Así se han puesto de moda la dieta de la alcachofa, las archipopulares Dukan y Atkins, la de los puntos, la de Montignac, la de la sopa “comegrasa”, la dieta disociada, la dieta IG, la dieta del semáforo, la del pomelo y un largo etcétera que me ocuparía todo este post.
Sin embargo, la pura y cruda realidad es algo en lo que están de acuerdo todos los profesionales serios en dietética y nutrición: la única dieta que de verdad funciona es la del sentido común.Es decir, la que supone limitar la ingesta calórica sin que ello suponga dejar de llevar una alimentación variada y equilibrada. Una dieta en la que se puede y debe comer de todo – por supuesto- sin excesos y limitando cierto tipo de productos y alimentos, pero siempre comiendo de una forma normal. Sin hacer combinaciones ni cosas raras.
A menudo nos empeñamos en que debemos ponernos a dieta y seguir una dieta determinada, cuando en realidad lo único que necesitamos para adelgazar unos cuantos kilos es poner un poco de orden y sentido común a nuestra alimentación.Lo explica el cardiólogo Valentín Fuster en su libro “La Ciencia de la Salud”. Fuster aconseja adelgazar muy poco a poco y para conseguirlo propone a ciertos pacientes “aplicar pequeñas estrategias para reducir el número de calorías”, como por ejemplo, pedir dos primeros platos en el restaurante (los segundos suelen ser más calóricos), no terminarse todo el plato o comer la mitad (o comer en plato de postre, propongo yo).
En efecto, a muchas personas les sería suficiente para adelgazar de forma paulatina beber un par de cervezas menos; limitar el azúcar o sustituirlo por sacarina; comer menos chocolate y alimentos ricos en grasas; dejar de comprar alimentos tentadores; no tomar alcohol ni refrescos, sino agua; cocinar de forma más simple o mojar menos pan.
Si al sentido común en la mesa le añadimos un poco de ejercicio, mucho mejor.
Soy consciente que para aplicar bien este sentido común se requiere, en la mayoría de los casos, la ayuda de un nutricionista. No todo el mundo puede saber cómo actuar para dejar de engordar y perder kilos. Pero, bueno, para eso estamos.